lunes, 14 de julio de 2014

UNA DESPEDIDA....

Se nos vuelve a Brasil, uno de los tertulianos... Edgar..



Edgar entró en el Txoko casi de puntillas...

acompañando a su tío Antonio D. Olano...

poco a poco se convirtió en uno de los indispensables en el Txoko Zar...





como siempre... abundante y exquisito aperitivo...



buena sidra... ahora con la caló...

se acercó a saludarnos Manolo.. tras varios meses de ausencia...



y nos presentó a una amiga de su familia.... Selin... francesa coreana... muy agradable..


les hicimos los honores... y degustaron los pimientos....



unos pimientos fantásticos traidos y fritos por Alejandro...




un gazpacho que Maite Castellanos nos había preparado.... que todos alabaron...



preparé unas humildes patatas ¨boca abajo¨.... que gustaron a todos, excepto a uno...




Eduardo nos hizo una estupenda ensalada, con tomates en sazón...



y Angel... temeroso de que nos quedáramos con hambre.... encargó carne...



unos deliciosos solomillos de ¨la taberna de Alfonso¨, que parecían mantequilla...





volvió Gabriel con nosotros....






y de postre... Angel nos trajo un fantástico bizcocho de manzana...



se sucedieron las risas....

las imágenes insólitas...



las copas....



y como colofón... Edgar nos invitó a otra copa en Alfonso...

nos dice que en diciembre volverá para quedarse...

fuimos nueve....

si no viene Carlos Perera... ya se sabe... menguan los comensales...

empieza el estío....

echaremos en falta a Edgar...

martes, 8 de julio de 2014

TXOKO Julio

y llegó el día 5 de Julio..

Edgar nos había invitado a una "picanha" en su casa fuera de Madrid...

y Angel nos proveería de copas, por estar próximo su cumpleaños...

y no pudo ser..

varios estábamos dispuestos a ir, pero.. otros no.. y volvimos a nuestro refugio.. Txoko Zar..

los aperitivos como siempre... excesivos...






José Luis, condescendiente... nos dejó probar los mejillones...



Santiago nos trajo su estupendo lacón...



y Alejandro... unos excelentes pimientos...



el encargado de la ensalada fue como siempre, Eduardo...





y ese tertuliano generoso... Angel.. se buscó una excusa, para invitarnos a un plato de la Taberna de Alfonso...




chipirones en su tinta con arroz... deliciosos...

gracias, Angel..





Algunos tomamos solo un par... pero otros......

Juan Pablo y Edgar... decidieron terminarlos.... y bueno... volvimos a recordar a Gargantúa y Pantagruel....




unas cerezas estupendas....



y en la tertulia... tras el cargado café de Alejandro...



un Angel Muñoz...."sembrao".. como dirían en Sevilla...



nos hizo reir como hace años que no lo hacíamos...

un encuentro genial... con recuerdos a Carlos Perera, Amestoy, Amilibia..Constan... Juan Munguira..

Melitón.. Chema... bueno.. a amigos que por distintas circunstancias no pudieron acompañarnos, pero..

que están con nosotros...

CULTURA MODERNA....

me ha sorprendido mi amigo Eduardo Bernabeu con este relato... corto.. magnífico y moderno..


 

 

 

 

 

 

 

SENDEROS DE AMISTAD

Y

PERFECCIÓN





























Desiré se da prisa por despojarse de la chaqueta sastre color beis que lleva puesta; ha comenzado a sentir algunos sofocos, aunque la temperatura del local es moderada, templada. Últimamente suele sucederle, pero el médico le dijo hace unas semanas que no tiene importancia, que simplemente son algunos síntomas climatéricos, quizás algo prematuros pero climatéricos. Ella pone en duda el diagnóstico del doctor y su capacidad como profesional.

-Los médicos son unos burros. No tienen ni idea. Lo sabré yo, que leo tanto y oigo tanto la radio. A mí me va a decir ése de qué son mis acaloramientos. Lo que pasa es que aquí no hay quien pare de calor.
-Bueno... no tanto. Pero sí, ya no hay buenos profesionales en nada.
-A mí siempre me sobra la ropa. Ya sabes, Cris, que soy muy calurosa. Si yo hubiera estudiado medicina, no tendría esos fallos; estoy convencida.

Cris y Desiré están sentadas,  ante una de las mesas de un salón de té donde casi nadie toma té. El ambiente es suavemente musical y refinado, cómodo y pretencioso. En el local se habla en voz baja, confidencial, tal vez para que los curiosos cercanos no se enteren de los cotilleos propios, porque no hay por qué. Cada cual con sus chismes. Las dos mujeres, entre qué me dices y te voy a decir, dan sendos y repetidos sorbos a las bebidas, porque hablar reseca la garganta y porque beber a poquitos parece más elegante. Ambas han pedido ginebra de la cara con una bebida tónica.

-Qué traje tan bonito llevas, Desiré, y qué bien te sienta, a pesar de que últimamente estás algo rellenita; pero proporcionada, eso sí. Lo único, tal vez, la blusa, que no se ve mala, pero que no le va muy bien al conjunto. Tal vez sea el color. Pero ni eso se nota mucho. Es una monada. Qué bien sabes vestir.
Desiré mira hacia abajo; se da cuatro suaves palmadas en las caderas, como para alisar el pantalón, luego otras tantas en los brazos y en los hombros, como para eliminar alguna arruga imaginaria de la blusa. Vuelve a mirarse las rodillas un instante; hace un gesto de contrariedad, mira entonces a su amiga, con mirada ladeada, observa durante un fugaz momento la chaqueta de su traje, que reposa en la silla contigua. No parece que le haya gustado el comentario. Esboza un gesto antipático. Después carraspea. Cris sabe que cuando Desiré carraspea así, está a punto de decir algo desagradable, y, como la conoce muy bien, piensa con temor que probablemente lo que suelte sea un oprobio, o una frase hiriente, o tal vez algo insensato, o acaso una sentencia de palurda ignorante. Se prepara para ello ofreciéndole una falsa sonrisa.

-Pues sí, creo que sé comprar muy bien y, sobre todo, sé combinar perfectamente. La blusa, aunque cara, la compré a muy buen precio. Ya sabes, lo bueno siempre es caro. Sobre el color, seguramente no lo has visto bien; es posible que con la luz que hay aquí no se aprecien los tonos.
-Sí, eso será.
-Oye, Cris, ¿has comido hoy algo con ajo? Porque parece que te huele un poco el aliento. Huy, ya sabes que soy bárbara para los olores. Por eso procuro tener mucho cuidado con lo que como cuando voy a salir con alguien. Te digo esto porque tengo confianza contigo, ya sabes.

Desiré y Cris, que dicen ser íntimas amigas, se conocen desde hace muchos años, desde su soltería, allá en su ciudad natal. A partir de sus respectivos matrimonios, ambas se fueron transformando de provincianas cercanas al ámbito rural a provincianas urbanizadas en la gran ciudad. Ya casadas, comenzaron a verse con regularidad, para intercambiar pareceres y noticias sociales y porque frecuentaban los mismos ambientes y las mismas compañías. Al principio, en el círculo amistoso de ambas sólo Cris conocía que Desiré se llamaba en realidad Desideria, y nada más que Desiré sabía que el nombre de pila de Cris era Crisanda. Ellas lo han ocultado siempre. Pero, poco a poco, confidencia tras confidencia entre unos y otros, todos los conocidos han terminado sabiéndolo, aunque nadie lo manifieste si la referida está presente, salvo con alguna sonrisa irónica, espontánea y aislada.

-Ayer vi a María José. Le dije que hoy estaríamos aquí. Tal vez venga luego, según me dijo.
-Desde que volvió otra vez a trabajar, apenas la veo. Hace de eso tres o cuatro años, más o menos, cuando a su marido le dio aquella cosa tan rara.
-No es por sacar trapos sucios, pero oí comentar entonces que él era marica y que había pillado el sida.
-Algo así me comentaron también a mí.
-Recuerdo que, antes de casarse, ella trabajaba en un estudio de arquitectura. Lo dejó porque no le gustaba lo que hacía y porque no quería pegar golpe. Su marido era un tío muy rico; no sé si aristócrata.
-Ella tiene la carrera de arquitectura.
-Pero de poco le ha servido, porque me parece que su trabajo de ahora es poco más que de chica de los recados. La verdad es que tiene poco gusto; ni sabe vestir bien, aunque lleve cosas muy caras. Ya me dirás qué casas va a proyectar. Yo sí podría haber sido una buena arquitecta. Con el buen sentido artístico y urbanístico que tengo, habría hecho maravillas. ¿No crees? Además es que me encanta. Hay tanto chapucero por ahí.
-Puede ser, Desiré. Pero a ti te falta haber hecho la carrera.
-A María José ni le gusta, y eso que cuando se puso de nuevo a trabajar dijo que lo hacía para realizarse.
-Sí, lo recuerdo. Pero tengo entendido que lo hizo por necesidad. Se habían arruinado. Volvió al estudio en el que había estado antes. Me parece que su marido era amigo de uno de los socios.
-Me dijeron que estuvo liada con su jefe.
-Eso oí. Un viejales, ¿no?
-Sí, un tío de casi setenta años, adulador y rico, con el que se paseaba de cuando en cuando y le sacaba el dinero; ella le permitía alguna impertinencia de viejo y algún desahogo lujurioso. Estuvo así hasta que él se jubiló, que fue también cuando se cansó de ella, por su mal carácter. Lo decía él mismo, según creo.
-Sí, Desiré, María José siempre ha sido bastante borde. Su falta de personalidad la sustituye con mala leche. Y también ha sido siempre algo putilla.
-La vi muy desmejorada. Gorda y envejecida. Y con muy pocas luces, boba y disparatada. También como siempre.
-Hace mucho oí a alguien que su padre era un tarugo, un tipejo soez y tramposo, del que aprendió casi todo lo poco que sabe. A excepción de su carrera, claro.
-Pues sigue presumiendo de haberse educado en el colegio de las Madres de las Castas Visitaciones.
-Que es uno de los colegios más pijos de aquí.
-Así ha salido ella de cursi. Porque, además, Cris, es el colegio en el que su padre estaba de bedel.
-Supongo que María José ya tendrá casi los cincuenta.
-¿Pero no nos lleva más de cuatro años?
-A mí, más que a ti.
-Pues siempre ha parecido más vieja.

Todo indica que las dos amigas han salido a vivir la tarde/noche de la gran ciudad, a la busca de un tiempo que quizás no existe. Por eso los fantasmas del recuerdo pueden aparecer por cualquier lugar de sus mentes, amenazadores, románticos e inexistentes. A veces demuestran ímpetu, otras un cansancio silencioso y melancólico, pero también, en ocasiones, hacen alarde de una agudeza graciosa y desmadejada, crispante, con la que sólo ellas mismas son capaces de reír o rabiar, y tras la que procuran convertirse en intérpretes de sus propias frustraciones y de las de los demás.

-Ahora estoy emocionalmente muy estable, creo que es desde que comencé a conocer a una persona maravillosa que me quiere mucho, con la que estoy saliendo hace más de seis meses. En la cama es un cielo. A veces viene por aquí. Precisamente lo conocí en este lugar un poco antes de separarme. Me lo presentó mi exmarido. Fue como un flechazo.
-Cuánto me alegro, Desiré. Yo también salgo ahora con un chico. Es casi de mi edad; un poco más joven. Está casado pero se está divorciando. Es un encanto. No me importó acostarme con él cuando ya vi que la cosa iba en serio. Espero rehacer mi vida sentimental con él. Hoy le he dado permiso para salir con sus amigotes.

Cuando ya era notorio el deterioro de su matrimonio –hace casi dos años-, Cris (Crisanda) animó a una hermana suya a romper el suyo, y le sugirió irse a vivir juntas. Cris, al fin, se separó y logró resquebrajar la unión de su hermana, pero no logró que aceptase vivir con ella. Se sintió herida y, a partir de entonces, dejó de hablar a su hermana. Tampoco Desiré (Desideria) vivía en demasiada armonía con su marido desde hacía tiempo, lo que daba lugar a constantes increpaciones e insultos hacia él por parte de ella, como una provocación insistente y algo canalla a fuerza de una dialéctica copiosa, caótica e ignorante. Él recurrió a lo que pudo: a un distanciamiento progresivo y callado. Hace cuatro meses que ya no viven juntos.

-Pues a mí no me cae mal tu marido.
-Porque no lo conoces bien, Cris. Es insoportable. Me sacaba de quicio. Hablar con él era como hablar con la pared. O, aun peor, pretendía siempre llevar razón. Y a mí con esas.
-Yo creo que es un buen conversador.
-Qué sabrás tú. Lo que yo te diga. Además, no es más que un fresco, y un calzonazos. Me tenía que cabrear con él constantemente, y después de decirle cuatro cosas bien dichas, él acababa diciendo a todo que sí, y luego callaba. Yo también me daba cuenta de que muchas veces me lanzaba miradas resentidas, disimuladas. Al final volvía a hacer lo que le daba la gana.
-No sé, Desiré, tú sabrás; si tú lo dices... El que de verdad es un retorcido es mi exmarido. Siempre se ha comportado conmigo como un desequilibrado, como un egoísta y como un majadero. Es peligroso, sobre todo por lo majadero que es. Llegué a estar harta de sus intrigas, de sus embustes y de su veneno de intenciones. Creo que es cosa de familia, algo genético, porque todos se parecen. Buena fauna. La única diferencia entre los que conozco de ellos es que unos son majaderos con aspecto de subnormales y otros son majaderos con apariencia de normales. Éstos son los peores, y mi marido es uno de esos. Desde que me he separado estoy en la gloria.
-Me sorprende lo que dices, Cris.
-Ahora sí que me siento a gusto. Y cuanto más trato a mi actual pareja, más cuenta me doy de lo bien que he hecho con separarme. Qué diferencia.
-A mí me pasa igual en estos momentos con el mío de ahora. Y, además, como con éste no estoy demasiado tiempo, pues menos ocasiones tengo de aguantar manías y discutir.
-Ya había empezado a creer que todos los tíos son iguales, unos petardos como mi marido. Pero, qué va, éste es algo distinto.
-Hoy pienso igual que tú de mi enamorado hombretón. Lo que significa que aún quedan hombres que merecen la pena. En especial entre los que no son pobres.
-Es que los pobres ni siquiera tienen educación.
-Y eso hay que mirarlo mucho.
-Sí, Desiré.

A las dos amigas les gusta analizar minuciosamente los hechos y las personas, y de forma persistente muestran un afán perfeccionista. Piensan que son muchos los pecados y los defectos de los demás y que hay que enmendarlos en lo posible, al menos evidenciarlos. Y de tanto practicar la catarsis social, casi siempre encuentran soluciones para los yerros y los desvíos que descubren en el prójimo.

-Buen palo me ha dado este año Hacienda. Y la culpa la ha tenido el cretino de mi marido y el economista de mierda que tiene de asesor, el mismo que nos recomendó una inversión que luego fue un desastre.
-Esas cosas son así, Desiré. Imprevisibles.
-Yo ya sabía que iba a suceder. A partir de ahora voy a llevar yo todos esos asuntos. Y así me irá mejor.
-Quién sabe. Supongo que tú no entiendes mucho de estos líos. Hace falta estar muy preparada. Y tú no pasaste del bachiller elemental. ¿Verdad?
-Sí, como tú. Pero ya buscaré a alguien de mi confianza que no me engañe y que sepa. Si yo fuera economista, no metería la pata de esa manera tan grave. Sólo es cuestión de profesionalidad, inteligencia y conocimientos.
-Llevas razón, nada más se necesita eso; y, a veces, que también acompañe la suerte.
-Los hombres son una calamidad.
-Y algunos, como mi marido, unos carotas. El listo de él, cuando se fue de casa, quería llevarse ese cuadro tan mono que tengo en el salón; ese que luce tanto al lado de la biblioteca de estilo que tengo. Ya lo conoces, Desiré.
-El Careaga, ¿no?
-Querrás decir Zuloaga.
-Bueno, ese, sí. Claro. Eso quería decir.
-Habría sido una faena, especialmente porque queda muy fino donde está.
-Y porque ha de valer un pastón.
-Como te descuides con los tíos...

Entre las buenas amigas, como Cris y Desiré, la conversación nunca decae; en todo momento surgen asuntos nuevos que tratar; y, si no, tampoco importa, porque todavía queda mucho que matizar sobre las cuestiones que repetidamente comentan.

-Ahí está María José; desde hace un rato. Creo que todavía no se ha dado cuenta de que estamos aquí.
-Ya sabes que es completamente miope.
-Y no le da la gana ponerse gafas, por estúpida coquetería.
-Ni lentillas, por no reconocer que es cegata.
-Así tiene la frente ella, estrecha y plisada, y los ojos, empequeñecidos de tanto mirar mal.
-¿Te das cuenta de lo exagerada que es vistiendo?
-Y, sin embargo, cree que la miran por su belleza; no se da cuenta de que es solamente porque va enseñando todo.
-¿Has visto qué morros tiene?
-Sabía que se había operado los labios, pero no que la habían dejado tan horrible.
-La verdad es que está espantosa.
-Como no le hagamos algún gesto, esa no nos ve en toda la noche.
-Tampoco nos perderíamos mucho.

Si a una reunión amistosa se suman más amigos, la conversación suele aumentar de interés.

-Qué mona vas, María José. Siéntate, mujer.
-Cuánto me alegra veros, chicas. Cada día estáis más guapas y jóvenes.
-Pues tú, no digamos. No sé qué haces para mantenerte así. No pasan los años por ti.
-No me puedo quejar. Procuro  cuidarme. A nuestra edad no debemos descuidarnos. Pasando de los cuarenta...
-No te quites años, pillina.

María José se toma el güisqui doble con hielo a tragos prolongados; parece tener sed o querer recuperar la ventaja que Cris y Desiré le llevan, que ya están dando buena cuenta de su segunda copa, a golpes de continuados sorbitos. La conversación ha ido creciendo en animación.

-Mirad, en este momento está entrando por la puerta el chico con quien salgo ahora. Va con unos amigos. Se van hacia la barra.
-Qué casualidad, Desiré, y qué raro. Porque uno de los cuatro es Federico, mi ingeniero, mi pareja actual. El mío es el más alto y guapo. ¿Cuál es el tuyo?
-Precisamente Federico, el ingeniero, el alto y guapo.
-¿Será hijo de puta?
-Es hijo de puta.

María José sólo sonríe, discretamente.        




Eduardo Bernabéu Terroba

                                                              Junio MMXIV