sábado, 26 de septiembre de 2015

SIMONIA

mi amigo Antonio Aradillas, vuelve a escribir doctamente, algo con lo que creo que todos....

estamos de acuerdo....




In Itínere

SIMONÍA Y SIMONÍACOS

No es de extrañar que, con procedencia  semántica tan consoladora y optimista –“Dios nos ha escuchado”-, el nombre de Simón aparezca en la Biblia  con frecuencia, confiriéndole  a sus portadores misiones  de salvadora importancia. Hijo de Matatías, hermano de Jonatán y de Judas Macabeo,  es el primero en la lista, seguido por el apóstol de Jesús – Simón Pedro- , y otro de los “Doce”, conocido con el sobrenombre de  Zelota, que llegara a ser segundo obispo de Jerusalén. En Betania aparece otro  Simón conocido como “El Leproso” por unos evangelistas, y  “El Fariseo” por otros. La misión de Simón de  Cirene, o el Cireneo-, fue y es la de ayudar a Jesús a llevar la cruz. El padre de Judas Iscariote  hubo se sentirse específicamente “ayudado por Dios” para soportar el destino que la historia  le había reservado a su hijo, el “Traidor” por antonomasia  y “por los siglos de los siglos”.

Simón se llamó el curtidor de Jafa que aparece  en el libro de los Hechos de los Apóstoles  ,” santo y seña” del glorioso  magisterio bíblico del “comerás tu pan con el sudor de tu frente”, como punto y aparte para  la letanía de “Simeones” o “Simones”, con la cita en el mismo libro sagrado de los Hechos  (8, 9-19) , a un tal avecindado en Samaria, a un mago de profesión  “ que tenía embaucada a la gente  y a quien seguían chicos y grandes, llamándole “el Gran Poder”, que recibió en bautismo, y que “no se separaba de Felipe, viendo, maravillado, los  grandes milagros que realizaba “ y que en cierta ocasión hasta llegó  a ofrecerles dinero a los apóstoles  para recabar tal poder, recibiendo de parte de Pedro la condenatoria contestación  de “al infierno tú con tu dinero,  por pensar que el don de Dios  se puede comprar : no tienes parte ni herencia en este  don, pues tus intenciones  son torcidas a los ojos del Señor. Arrepiéntete de tal maldad  y ruega al Señor que te perdone  por haber llegado a pensar  tal cosa, pues veo que estás lleno de   de amargura, y la maldad te tiene  encadenado”.

. Tal escena se convertiría con el tiempo  en el canon  del Código de Derecho Canónico  y en el término que registran los diccionarios, con referencia explícita a  “intención deliberada  de vender o comprar por un precio temporal  algo intrínsecamente espiritual,  como la gracia, los sacramentos , la jurisdicción eclesiástica, la presentación, la consagración, la bendición, la comunión  o la excomunión, la colación o confirmación de un beneficio, entendiéndose siempre  por “precio temporal” no solo una suma de dinero, o un presente natural entregado en mano, sino “todo favor  de este orden, tales como  una protección o una recomendación”.

. En unas épocas, con mayor  y más notoria rentabilidad que en otras,  la historia de la Iglesia la escribieron y escriben fervorosos devotos de Simón, el “Mago de Samaria”, y sus actitudes y comportamientos  precisamente “simoníacos”, hinchiéndolos de asco y de perversión a los ojos de Dios y de los hombres.  Creer que aquellos tiempos pasaron  y fueron superados, equivale  a haberse inscrito  a perpetuidad  en la nómina  de los pastorcitos de Belén  y seguir tocando  el tambor con los tonos  y ritmos  que hoy se demandan.

. Los bautizos de cobran. Se cobran las misas y las comuniones, sobre todo  son, y festivamente se conocen y presentan como “Primeras”. Se cobran bodas y entierros, en función de “categorías” y acompañamientos, cantos e incienso. Se cobra por ejercer de sacerdote. Y por hacer apostolado. Por predicar, impartir sacramentos  y sacramentales y por presidir actos de religión y de culto. Honorarios, estipendios, remuneraciones, gratificaciones, ascensos y descensos en las escalas administrativas curiales, “limosnas”… engrosan los temas de conversaciones clericales  en multitud de ocasiones, sobre todo en vísperas de la jubilación.

. Es obvio, ascético y litúrgico  que la Iglesia –culto y clero-  habrá de mantenerse, y mantener sus obras,  mediante la colaboración económica  de sus fieles, con fórmulas  efectivas y sustantivas  serias, insertas en el contexto  de la participación- comunión  que la propia idea de Iglesia  requiere.  Pero el sistema vigente  de imbricación de lo sacramental  en las cuentas corrientes, entidades bancarias, activos y pasivos y balances, aportan rentabilidades no siempre “religiosas”, aunque las indulgencias las falseen  con buenas, o no tan buenas, intenciones y propósitos.

. De canónicamente “simoníacos” es obligatorio  calificar comportamientos  jerárquicos de tipo político – administrativo, con concordatos o sin ellos,  y normalmente con las más constructivas intenciones al servicio  de Dios y del prójimo. En los diccionarios clericales  “et ultra”, sobran términos   tales como comercio, almonedas,  importe, comisión, vendeja, canonjías, prebendas, reventa, desamortización, beneficios eclesiásticos, baratillos,  agua y roscas del santos o de la santa, clientela, aparroquiadores, serviciarios, matriculaciones e inmatriculaciones y  siglas de carácter estatal, provincial autonómico o municipal,  en las que cuanto se relacionaba con la Iglesia  se ausentaba hasta que electoralmente cambiaron de signo político los tiempos, con la promulgación de otras normas.


.  Someter a examen de conciencia  actualizada, los comportamientos  e ideas tradicionalmente  religiosas –cristianas- , es y será beneficioso  para la “causa de Dios” y el bien de la colectividad, de cuya tarea y ministerio los “simoníacos” de profesión u oficio serán merecedores  e las terribles descalificaciones  del apóstol Pedro, a Simón, “el Mago” de Samaria, en la escena narrada en el Libro de los Hechos. En la Iglesia, todos y por igual, somos  hijos de Dios,  por lo que la valoración en razón  a los bienes  de fortuna, o a la situación  social, familiar o personal, no tiene cabida. 


gracias maestro....

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